Trago pétalos de rosa y lágrimas de cristal mientras en tus manos crecen las amapolas.
Tengo el alma en pie de guerra; los erizos rojos han vuelto a caminar pero yo no tengo zapatos para correr y escapar.
Hago nudos con cuerdas de guitarra y los cuelgo del techo. Son suicidas a la espera de su inevitable caída en un mar de horas robadas a una primavera adolescente.
Peino el reflejo de tu pelo negro sobre la almohada, leo en los dobleces de las sábanas, ensayo despertares, recorto tu silueta y la baño en luz de atardeceres.
Destilo el perfume de las notas bordadas en la pared, me enredo en huellas de manos y pies, respiro el verso suspendido en el aire, pongo nombre al refugio, ya huérfano de calor y abrigo y planto la hiedra que lo protegerá hasta tu ansiado pero imposible regreso.
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