Los daños colaterales han sido muchos; bajo la alfombra ya no hay más espacio para esconder el dolor pero sigo observando las cocinas de azulejos color crema a través del cristal. Espectadora de segunda de los que gozan de un “Hogar, dulce hogar”.
Los colchones y los cuadernos de notas todavía arden en las hogueras y las farolas del mes de marzo siguen hechas añicos. Polvo y pólvora inundan las esquinas y en el aire vuelan las páginas de los catecismos a la caza de una boca a la que amordazar.
Tengo prohibida la salida más aún así, me arriesgo a poner un pie fuera de lo legal.
Camino con los brazos en alto, voy desarmada pero el francotirador que se aposta a las puertas de mi osadía no duda en disparar. Acierta de lleno en el blanco; sabe hacia donde apuntar. Me conoce.
En otro tiempo bebimos licores sobre los tejados y mostramos nuestros pies descalzos a las primeras luces del anochecer.
Me hastié de luciérnagas y de jazmines hasta enfermar pero cuando tendí mi mano, él ya no quería volar. Estaba destinado a desfilar con honores y a proteger las cocinas de azulejos color crema.
Me hastié de luciérnagas y de jazmines hasta enfermar pero cuando tendí mi mano, él ya no quería volar. Estaba destinado a desfilar con honores y a proteger las cocinas de azulejos color crema.
He caído y miro sus pies, hoy encerrados en botas de acero.
-Solo quería dar un paseo-susurro-pero no se preocupe, ya no puedo caminar más.