Demasiados meses callados… ahora gritarán hasta que tenga
que hundir mis oídos en el barro. De dónde no debí salir…
Mala consejera la luz que por un instante brilló en
el último piso…
Me cegó y subí a tientas por los astillados peldaños
del palacio en ruinas.
Cada astilla abriendo una herida… cada muesca
reabriendo una antigua… (sin apenas darme cuenta del dolor que se hacía fuerte
en mis rodillas)
Y al pasar por el rellano del 4º o el 5º piso ( ya
no recuerdo ni cómo son mis manos)
Las grietas empezaron a comer a dentelladas la
pared, incluso mi estómago…
El aire fue polvo devorado por bocanadas de viento
gélido y trozos de cielo azul comenzaron a caer por el hueco del tejado.
Las palomas no se inmutaron… amantes del vertedero y
de los escollos.
Y los trasteros empezaron a murmurar planeando
nuevos juegos. No me gustan sus juegos.
A mis pies toda la belleza se hundía entre la basura
y las ruina de aquel espejismo anciano.
Deseé ser esqueleto y hacerme añicos en ese mismo
instante en el que el azul se estrellaba contra el suelo, contra los indignos
azulejos de mármol seco… salpicados de manchas amarillas.
Y manchas rojas de sangre… de los mismos tropiezos,
en los mismos huecos, de los mismos años en un invierno que dura ya un siglo
entero.
Fue un error… salir a dar un paseo y creer de nuevo,
respirar sin miedo y sentirme a salvo.
Porque ya no me salvo…